jueves, 9 de diciembre de 2010

A lo largo de mi vida observo que el tema “Mujer” por una u otra razón, ha ocupado y ocupa largas horas de tertulias públicas y privadas, debates radiofónicos y televisivos, hojas y hojas de papel en todo tipo de publicaciones, etc... en definitiva, siempre es actualidad.
Como mujer y lo que es para mi más importante, como persona, intento ser objetiva en mis opiniones acerca de los diferentes temas que envuelven a la mujer y sinceramente en muchas ocasiones me resulta difícil definirlas.
Mujeres anónimas que tienen opinión, que desde su anonimato tienen mucho que decir pero que no tienen un medio para hacerlo. En muchas ocasiones seguras de que su historia, su lucha y sus logros personales no tienen importancia alguna; cuando en realidad la tiene toda.
Esta primera historia, es la de Rosa, una mujer que nació en 1920 y murió en 1990 y que como tantas de su época sufrió durante años las penurias de la época y alguna más. Rosa creció en una familia muy humilde, ayudando desde bien niña en los trabajos del campo y de la casa, nunca aprendió a leer ni a escribir, no le hacía falta para ser mujer de su casa y mucho menos para darle a su marido los hijos que Dios le mandara.
De acuerdo a los cánones de la época, llego el momento de casarse y así lo hizo, del matrimonio nacieron cuatro hijos; un varón y tres mujeres, a los que se dedicaba cuando el resto de tareas lo permitían. Hasta aquí ningún hecho distinto a los de tantas vidas, de no ser porque ya en el momento de nacer su primera hija, Rosa ya sabía allá por el año 1940 lo que era la “Violencia Machista”. Curiosamente el mismo tipo de violencia que siguen sufriendo muchas mujeres 89 años después, la diferencia respecto de hoy en día, es que ni era delito, ni estaba mal visto, ni siquiera había definición alguna para los hechos.
¿Qué la hizo diferente?, su empuje, su fuerza, su valentía para afrontar lo que le había tocado vivir, el coraje de enfrentarse a quienes pensaban que el servilismo y el sometimiento era lo más valioso que ésta mujer podía ofrecerles.
Su decisión por aquel entonces de romper con todo y decidir por ella misma, de cambiar su suerte y empezar de cero no teniendo nada, trasladar su vida a algún lugar remoto donde no padecer por las habladurías y sobre todas las cosas, la lucha que en ese preciso instante comenzaba y que la marcaría para el resto de sus días: la incertidumbre por encontrar el máximo bienestar para sus hijos.
Fueron para ella momentos duros, años de lucha consigo misma y con el mundo, días y noches de trabajo en las montañas con el ganado, en las tierras con el cultivo y en los prados
con la siega. No existió día ni posibilidad para el arrepentimiento y a pesar de la carga que arrastraba su vida, tenía claro que su libertad era tan valiosa para ella que bien merecía el gran
esfuerzo.
A pesar de que el resto de su vida no fue una balsa de aceite, consiguió sin ayuda de nadie formar de nuevo una familia, ésta vez sólida, con un hombre que sólo existía para ella y que le permitió ser feliz hasta el último de sus días.
Hubo en su vida tiempo para todo, para reír, para llorar, para trabajar de sol a sol como decía frecuentemente y también para convertirse en la piedra angular de la familia, el centro de las avenencias y desavenencias propias de las familias.
No pretendo que esta ni ninguna historia de las que aquí se relaten sea ejemplo de nada para nadie, pero si hay una sola persona a la que le pueda transmitir una dosis de ánimo o confianza por pequeña que esta sea, ella lo celebrará desde algún lugar.
Añadir que a esta mujer valiente, le quedó aún tiempo para hacer de sus nietos los niños más felices de la tierra. Por aquel entonces no se hablaba de la incorporación de la mujer al trabajo, ella siempre estuvo en activo. Nadie apostaba por la independencia y la libertad de la mujer, pero ella la tenía. Tampoco tenía educadores, psicólogos y pedagogos cerca para hablarle de la dedicación de tiempo y la forma de educar a los niños, pero ella consiguió transmitir tanto y tan bien, que hoy y después de 18 años de su fallecimiento sigue siendo idolatrada por sus hijos y nietos.
Puedo, debo y necesito decir que Rosa, fue mi abuela, una mujer que ha marcado mi vida y que a pesar del tiempo sigue siendo mi referente, siento que es parte de mis éxitos y mi
gran aliada en los fracasos. Su coraje e inconformismo he querido que fueran míos, observo que mi presente, el que vivo en cada momento, se sustenta con el alimento le proporciona la añoranza por el pasado y la apuesta por el
futuro.

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